martes, 17 de mayo de 2011

Eres cristiano, Pues sonría..., por amor de Dios.


La alegría, el humor y los buenos modales son la mejor tarjeta de presentación del Evangelio.

¿Es cristiano? ¡Pues sonría..., por amor de Dios!

Educación y buenos modales abren puertas principales, dice el refrán; una máxima que también se cumple, a la hora de anunciar a Cristo vivo con la palabra y el ejemplo. Sin embargo, la alegría de la Pascua contrasta a veces con la vida sombría de los cristianos y con unos modales un tanto ásperos, a la hora de vivir y anunciar la Buena Noticia. Craso error, pues «no se puede anunciar el Evangelio a través de evangelizadores tristes». No en vano, las primeras palabras de Jesús resucitado fueron: ¡Alegraos!

«Recuerdo un episodio que me contó hace tiempo una religiosa. Acababa de hacer Ejercicios espirituales, regresaba en tren a su casa y estaba muy contenta. Había pasado una semana en un clima de oración y meditación. Había tenido, sobre todo, un poco de tiempo libre para estar con su Señor y reencontrarse a sí misma, en el gozo de la escucha de la Palabra. Era evidente que esta serenidad se le notaba en la cara, porque, al cabo de un rato, la señora que estaba sentada frente a ella le dijo: Hermana, está usted tan contenta que ni siquiera parece monja». Con esta anécdota empieza el psicólogo y religioso canosiano Amadeo Cencini su obra La alegría, sal de la vida cristiana (ed. Sal Terrae). Y no es un ataque contra las religiosas, sino una constatación expresiva de cómo, en demasiadas ocasiones, «nosotros, los creyentes, sacerdotes, consagrados, consagradas o laicos, no somos expertos en el tema de la alegría». Lo curioso es que, como el propio Cencini afirma, la mayoría de los estudios científicos sobre las razones de la felicidad, como el que acaba de hacer público la Royal Economic Society, en la Universidad de Warwick, Reino Unido, demuestran que las personas que creen en Dios y van con frecuencia a Misa son más felices que quienes no creen en Él, o no pisan una iglesia. Por tanto, según explica este psicólogo italiano, no es que Cristo no nos haga felices, sino que nos falla la forma de demostrarlo.

Felices sí, pero angustiados...

«Con frecuencia, no damos un testimonio de alegría. Nerviosos y tensos, preocupados o superocupados, olvidamos que éste es nuestro primer apostolado, y al final parecemos más comprometidos e inútilmente sombríos, que contentos de servir al Dios del gozo».
Los esterotipos anticatólicos tampoco ayudan, con sus caricaturas de cristianos sombríos, cabizbajos y gruñones. Ya lo decía Nietzsche: «Los cristianos no tienen cara de resucitados». Además, la sociedad relativista y de consumo «trata de hacer creer que se puede alcanzar la felicidad a bajo precio y en poco tiempo, en nuestros días cada vez más frenéticos, para ver después cómo se escapa por una nadería», como constata Cencini.

Evangelizar con una sonrisa

En este contexto social (y eclesial), vivir cotidianamente con alegría, enfrentar los problemas con esperanza realista, y anunciar a Cristo con una sonrisa, sin miedo y con las ideas claras, es la mejor tarjeta de presentación del Evangelio. Porque, si el Evangelio es Buena Noticia, el mal humor es incompatible. Así lo explica monseñor Damián Iguacén, obispo emérito de Tenerife y autor de meditaciones sobre advocaciones marianas singulares, como Nuestra Señora del Buen Humor: «El Señor no quiere seguidores gruñones, ni malhumorados, ni entristecidos. No le gustan las procesiones de sauces llorones. No le agradan las letanías de resentidos. No quiere hermanos de la Cofradía del Perpetuo Suspiro. Los cristianos hemos recibido en el Bautismo la consigna de servir al Señor con alegría; el mal humor no es un buen conductor de la Buena Noticia del Evangelio». En resumen, que «no se puede anunciar el Evangelio a través de evangelizadores tristes», porque tratar a las personas con amabilidad, interesarnos sinceramente por ellas o tener buenos modales son, no sólo un requisito indispensable para anunciar a Cristo resucitado, sino también un paso previo para evangelizar en nuestro entorno inmediato. Ahora bien, la felicidad cristiana de la que brotan la amabilidad, el ardor apostólico y la cercanía, o se experimenta, o no se alcanza por los puños. Como decía Juan Pablo II, «la alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y forma parte del Misterio». En realidad, no es sino un don de Dios: «Incluso desde un punto de vista psicológico, la alegría no es una cualidad que debemos buscar por ella misma, por el puro gusto de gozar, sino que está ligada a algo que la motiva, que la hace saltar y estallar en la persona. Es un fruto del Espíritu Santo», explica Cencini. O, en palabras de Juan Pablo II, «quien cree que Jesús es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar, en lo más íntimo, un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo...»

El humor no es cosa de broma

Monseñor Iguacén aclara que tener buen humor y acercarse con una sonrisa incluso a quien nos fastidia, no es sinónimo de andar haciendo chascarrillos: «El buen humor no es humorismo, comicidad, ingenio, agudeza ni chiste. Es muy bueno hacer reír; pero también en eso puede haber excesos. El buen humor, que es siempre ingenioso y sabio, sabe que una frase, un pensamiento, llama más la atención y se fija más tiempo en la memoria y tiene más eficacia si se le pone la punta de lanza de una sonrisa. Aquí está el problema: muchos no saben sonreír, sólo saben reírse. Es muy importante controlar nuestras reacciones primarias y no dejarnos llevar por prontos; no actuemos movidos de los instintos, a bote pronto; los temperamentos también se pueden educar; no seamos primarios, sino educados».

¿Alegres en un mundo triste?

Los que critican a los cristianos por no ser alegres, suelen esgrimir también que la felicidad es imposible viendo cómo sufre el mundo, y al experimentar el sufrimiento en la vida de cada uno. ¿Tienen razón? En Spe salvi, Benedicto XVI reconoce que, «si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza». Sin embargo, la alegría de saber que Jesús ha resucitado no sólo nos hace amables: también nos hace activos. Por eso, el Papa aclara que «la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la Historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor», es lo que convierte la alegría cristiana en «esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un final perverso». Será por eso que, en pleno 2011, sigue teniendo validez  la exhortación de Juan Pablo II: «¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría!»

Fuente:
Alfa y Omega > Nº 735 / 28-IV-2011 > Aquí y ahora. Por José Antonio Méndez

1 comentario:

DeKris dijo...

Este mensaje me lo envío César España, previamente y me pareció estupendo.